Los personajes virtuales pueden sustituir a personas en experimentos extremos
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En el University College de Londres se ha efectuando con éxito un experimento en el que una parte de los participantes han sido personajes virtuales, lo que abre el camino para la sustitución del mundo real por el virtual en los laboratorios.
Según informa el artífice de esta investigación, Mel Slater, profesor del Departamento de Ciencia Computacional de dicha universidad, lo que se ha conseguido es repetir en un entorno virtual un antiguo experimento realizado en los años 60 por el psicólogo Stanley Milgram, de la universidad de Yale, denominado Experimento de Milgram.
Fue éste un trabajo muy controvertido en la época, ya que la finalidad de la prueba era medir la capacidad de cumplir órdenes que tiene un ser humano, más allá de su propia conciencia personal.
Para conseguirlo, se desarrolló un experimento en el que se querían probar los efectos del castigo en el aprendizaje. Para ello, un voluntario debía infringir daños a otro voluntario, que en realidad era un actor compinchado con el investigador y que simulaba dolor sin que el otro voluntario fuera consciente del engaño.
Situado el actor en un módulo de cristal visible para el otro voluntario, se le colocaban electrodos a través de los cuales el primer voluntario debía enviar corrientes eléctricas al actor, corrientes que creía eran extremadamente dolorosas.
Por encima de la conciencia
Estas corrientes iban aumentando de intensidad, mientras el actor hacía que sentía cada vez más dolor. Los participantes se iban poniendo nerviosos de ver sufrir al otro, pero seguían obedeciendo al investigador al menos hasta cierto punto. Finalmente, se demostró que, sometidos a órdenes, entre un 61% y 65% de los participantes eran capaces de infringir un gran daño al actor, a pesar de sufrir por estar haciéndolo.
...
Pero el experimento no se volvió a repetir por su crueldad, sobre todo para los voluntarios, que sufrieron psicológicamente porque creyeron que realmente hacían daño a otra persona. Ahora, la misma experiencia ha sido de nuevo realizada, pero con una diferencia: el actor ha pasado a ser un personaje virtual o avatar.
Los participantes actuales sabían por tanto que los que sufrían eran personajes irreales. Un primer grupo de voluntarios se comunicaba con ellos a través de un interfaz textual. Un segundo grupo fue introducido en un entorno gráfico, en el que podían ver a su interlocutor, la representación tridimensional de una mujer.
Sufrimiento psicológico
Según explican Slater y su equipo de investigación en la revista PlosOne, que publica los resultados de esta investigación, en el primer grupo todos los participantes administraron las 20 descargas eléctricas que se les pidió. En el segundo, tres personas aplicaron 19 descargas, mientras que otras tres provocaron, respectivamente 9, 16 y 18.
Después, se les preguntó a los participantes si habían deseado detenerse. La mitad del segundo grupo respondió que habían estado tentados de pararse. El análisis de sus reacciones psicológicas, como el ritmo cardiaco, mostró que efectivamente sufrieron como si hubiesen estado viviendo una situación real, lo que significa que los entornos virtuales son una alternativa que permite llevar a cabo experimentos de situaciones sociales extremas.
La investigación ha pretendido determinar cómo funciona la realidad virtual y cómo pueden construirse espacios virtuales de manera que la gente responda a los hechos que en ellos suceden como si fueran reales. Slater señala al respecto la importancia de dichos entornos porque otorgan la posibilidad de realizar ciertos experimentos que no pueden hacerse (por cuestiones morales) en entornos completamente reales.
El cerebro cree que es real
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La clave está en que ciertas partes del sistema humano de percepción consideran los hechos virtuales como auténticos. Hay partes del cerebro que ignoran que la realidad que se está percibiendo es virtual. Por tanto, los resultados de las pruebas virtuales serían igualmente válidos para el conocimiento.
La cuestión es que el ciberespacio podría convertirse en una fórmula que permita experimentos importantes para la comprensión de la psicología dentro de unos límites éticos. Pruebas que hubieron de ser detenidas hace décadas por sus implicaciones éticas, podrían ser ahora realizadas gracias a la realidad virtual, si bien el experimento de Slater no despeja todas las dudas éticas, que siguen basculando sobre las personas que son capaces de hacer sufrir a un personaje virtual.
Pero los entornos virtuales también se están usando en otros terrenos de la psicología. Por ejemplo, un grupo de investigación de la universidad de Manchester, desarrolla actualmente una tecnología que consiste en medir determinadas propiedades psicológicas, como la telepatía, usando espacios virtuales avanzados.
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En el University College de Londres se ha efectuando con éxito un experimento en el que una parte de los participantes han sido personajes virtuales, lo que abre el camino para la sustitución del mundo real por el virtual en los laboratorios.
Según informa el artífice de esta investigación, Mel Slater, profesor del Departamento de Ciencia Computacional de dicha universidad, lo que se ha conseguido es repetir en un entorno virtual un antiguo experimento realizado en los años 60 por el psicólogo Stanley Milgram, de la universidad de Yale, denominado Experimento de Milgram.
Fue éste un trabajo muy controvertido en la época, ya que la finalidad de la prueba era medir la capacidad de cumplir órdenes que tiene un ser humano, más allá de su propia conciencia personal.
Para conseguirlo, se desarrolló un experimento en el que se querían probar los efectos del castigo en el aprendizaje. Para ello, un voluntario debía infringir daños a otro voluntario, que en realidad era un actor compinchado con el investigador y que simulaba dolor sin que el otro voluntario fuera consciente del engaño.
Situado el actor en un módulo de cristal visible para el otro voluntario, se le colocaban electrodos a través de los cuales el primer voluntario debía enviar corrientes eléctricas al actor, corrientes que creía eran extremadamente dolorosas.
Por encima de la conciencia
Estas corrientes iban aumentando de intensidad, mientras el actor hacía que sentía cada vez más dolor. Los participantes se iban poniendo nerviosos de ver sufrir al otro, pero seguían obedeciendo al investigador al menos hasta cierto punto. Finalmente, se demostró que, sometidos a órdenes, entre un 61% y 65% de los participantes eran capaces de infringir un gran daño al actor, a pesar de sufrir por estar haciéndolo.
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Pero el experimento no se volvió a repetir por su crueldad, sobre todo para los voluntarios, que sufrieron psicológicamente porque creyeron que realmente hacían daño a otra persona. Ahora, la misma experiencia ha sido de nuevo realizada, pero con una diferencia: el actor ha pasado a ser un personaje virtual o avatar.
Los participantes actuales sabían por tanto que los que sufrían eran personajes irreales. Un primer grupo de voluntarios se comunicaba con ellos a través de un interfaz textual. Un segundo grupo fue introducido en un entorno gráfico, en el que podían ver a su interlocutor, la representación tridimensional de una mujer.
Sufrimiento psicológico
Según explican Slater y su equipo de investigación en la revista PlosOne, que publica los resultados de esta investigación, en el primer grupo todos los participantes administraron las 20 descargas eléctricas que se les pidió. En el segundo, tres personas aplicaron 19 descargas, mientras que otras tres provocaron, respectivamente 9, 16 y 18.
Después, se les preguntó a los participantes si habían deseado detenerse. La mitad del segundo grupo respondió que habían estado tentados de pararse. El análisis de sus reacciones psicológicas, como el ritmo cardiaco, mostró que efectivamente sufrieron como si hubiesen estado viviendo una situación real, lo que significa que los entornos virtuales son una alternativa que permite llevar a cabo experimentos de situaciones sociales extremas.
La investigación ha pretendido determinar cómo funciona la realidad virtual y cómo pueden construirse espacios virtuales de manera que la gente responda a los hechos que en ellos suceden como si fueran reales. Slater señala al respecto la importancia de dichos entornos porque otorgan la posibilidad de realizar ciertos experimentos que no pueden hacerse (por cuestiones morales) en entornos completamente reales.
El cerebro cree que es real
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La clave está en que ciertas partes del sistema humano de percepción consideran los hechos virtuales como auténticos. Hay partes del cerebro que ignoran que la realidad que se está percibiendo es virtual. Por tanto, los resultados de las pruebas virtuales serían igualmente válidos para el conocimiento.
La cuestión es que el ciberespacio podría convertirse en una fórmula que permita experimentos importantes para la comprensión de la psicología dentro de unos límites éticos. Pruebas que hubieron de ser detenidas hace décadas por sus implicaciones éticas, podrían ser ahora realizadas gracias a la realidad virtual, si bien el experimento de Slater no despeja todas las dudas éticas, que siguen basculando sobre las personas que son capaces de hacer sufrir a un personaje virtual.
Pero los entornos virtuales también se están usando en otros terrenos de la psicología. Por ejemplo, un grupo de investigación de la universidad de Manchester, desarrolla actualmente una tecnología que consiste en medir determinadas propiedades psicológicas, como la telepatía, usando espacios virtuales avanzados.
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